lunes, 4 de abril de 2011

Fábula segunda: El poder del discurso (¿A dónde vas, Caperucita?)

Como cada día uno se levanta, se pone la radio lo suficientemente alta como para oírla a través del secador pero sin que permita que le despierte del todo. Absorbemos la información sin quererlo, sin buscarlo, presentada con tantos y miles de implícitos (algunos buscados por la cadena o agencia de turno, otros casuísticos) que sin más reflexión consumimos y almacenamos. Política puede llegar a ser cómo decimos las cosas. Más allá de la discusión con otro sobre asuntos cotidianos de importancia menor, la persuasión y argumentación; el mero hecho de describir una realidad se convierte en acto político.

Acto político deviene el hecho de presentar a continuación de una sarta de noticias desastrosas sobre los efectos de un devastador tsunami en la costa japonesa, para rematarlas con la guinda de una historia de un simpático perro que pese al hecatombe humano ha sido capaz de encontrar a su ama. La felicidad del momento en que el ávido can es abrazado por su dueña nos reconforta (aunque aquella pobre mujer se haya quedado sin casa, sin familia y sin un futuro certero), para probablemente olvidar ambas historias –la del perro, y la del tsunami-, unos cuantos minutos más tarde. Implícitos del discurso se suman y agolpan a las puertas de nuestra mente sin apenas detectarlos (cuestiones de género, edad, sexualidad, medio ambiente, inmigración…), o bien tratándolos como temas en que, por polémicos, podemos autoconvencernos de lo incorrecto de cuestionar aquello dicho oficialmente.

Bien presente debemos tener pero, que ninguna historia, ninguna palabra será dicha neutralmente. En este sentido, desde el mundo de la literatura, podríamos destacar Contes per a nens i nenes políticament correctes, de James Finn Garner (original del 1995, traducido por Q. Monzó y M. Roura).  He aquí una cita divertida, nos hará reír por lo exagerado y absurdo, pero que tal vez nos desvele preocupantemente un gran número de implícitos de a diario. Quizás no nos vendría mal tener un decodificador similar para la vida real:

‘Vet aquí que una vegada hi havia una persona jove que es deia Caputxa Vermella i que vivia amb sa mare a la vora d'un gran bosc. Un bon dia sa mare li va demanar que portés un cistell de fruita fresca i aigua mineral a l'àvia - no perquè això fos feina de dones, de cap manera, no, sinò perquè era una obra generosa que contribuïa a crear un sentiment solidari. A més, l'àvia no estava malalta; ben al contrari: estava en plena forma física i mental i era perfectament capaç de tenir cura d'ella mateixa en tant que persona adulta madura (...).

De camí cap a ca l'àvia se li va acostar un llop que li va preguntar què duia al cistell. Ella li va contestar:
- Una mica de berenar saludable per a l'àvia, que és perfectament capaç de tenir cura d'ella mateixa en tant que persona adulta madura.
- Saps, maca? -li va dir el llop-. Per a una noieta no és gaire segur caminar per aquest bosc tota sola.
- Trobo molt ofensiu aquest comentari teu, profundament sexista -li va dir la Caputxa Vermella-, però l'ignoraré perquè la teva tradicional condició de marginat social t'ha dut a enfrontar-te al món d'una manera pròpia; i del tot vàlida, evidentment. Ara, si em permets, he de prosseguir el meu camí.’

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