sábado, 9 de abril de 2011

Un bocado para la reflexión: Crimen y castigo de Tchaikovski

'Cuando recomendaba el teatro o una galería, no era que se negase a ir; no era que asistir a cosas semejante le produjese dolor de pies –lo que no me hubiese sorprendido, porque casi siempre llevaba tacones de aguja: hasta sus zapatillas estaban a diez centímetros del suelo-, sino que consideraba que el arte era una ostentación, algo vacío, sin valor, un insulto al público y, si estaba subvencionado, un despilfarro del dinero público.
- Crimen y castigo de Tchaikovski, la última Sinfonía de Chéjov…¡Puaj, caca de la vaca, joder!
Como buena thatcheriana, quería librarse de eso. Ahora, en el 'fin de la historia', la clase dirigente televisiva, esa vieja pandilla oxbridgeana de sensibles –por no decir de amanerados-, y con ella la Iglesia y la monarquía, serán reemplazadas por 'la gente', palabra con la cual parecía referirse a los ignorantes y a los más ferozmente ordinarios.  No era yo el único que mataba padres. En los sesenta y los setenta se hizo un culto de eso, con los ataques a lo patriarcal y lo fálico. ¿Y qué nos quedó al final de esa década iconoclasta? Thatcher: un destino peor que un macho.
Ahora, naturalmente, vivimos en la psique de Thatcher, si no en su ano; en el mundo que ella nos hizo a base de competitividad, consumismo, famosos y la hija bastarda de la culpa: la caridad: bingos y deudas. Pero entonces estos puntos de vista eran una novedad. 
Por lo menos, con Karen aprendí a no hacer distinciones entre el gran arte y el arte popular'.

Hanif Kureishi, Algo que Contarte.
Ed. Anagrama, 2009. pp 263-4.

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